Hace una década. En Nueva York. Sucedió todo. Fue la mañana de las últimas cosas. De los últimos segundos de vida para muchos. De los últimos adioses. Mensajes. Se paró el tiempo. Parecía que la historia tenía prisa y los minutos quería salir corriendo. No se podía romper la cadena eterna de sucesos. La infinita hilera de soplos que trajeron las malas noticias por el aire. La tranquilidad había que encontrarla en el propio interior. Apartamos las gotas de agua, las lagrimas de nuestra cara para ver una realidad teñida de gris. Con mirada azul se relegaron los reproches a la categoría de nada. Y el mirar hacia adelante fue la consigna. Asomarse al futuro con esperanza. Desde aquí un pequeño homenaje y el recuerdo a la mañana de las últimas cosas.