Tengo miedo.
Ese miedo a las buenas ideas. Lo guardo. Lo riego. Lo veo y lo huelo. Es el miedo a aprobar lo nunca visto. Lo veo. Lo alimento. Con el mimo que niega a ese niño que nada adentro. Que rema a contra corriente. Que lucha por la ilusión de parir las mejores ideas. Las que te hacen temblar en tu sillón de director de marketing. Y acaricia tu temor. Y te araña. Y la sangre del miedo te cala. Y el recelo de un párpado que cierra un nuevo día. Y aquí no ha pasado nada.
Otros no tienen miedo. Y tienen la llave hacía un marketing experiencial. Atrevido. Que toma el horizonte como salida y no como una meta. Que utilizan la tecnología para emocionar. Para dejar una huella indeleble en los intersticios mentales. Esos tienen la llave. Estos.